Carta de Víctor Miró Quesada
Ayer en Vano Oficio, Iván Thays dijo que eras «uno de los más raros escritores de la literatura peruana». No sé si fue una adulación o un piropo o si, de lo contrario, es la suerte de un escritor [como tú] que narra rarezas [léase: singularidades] impares y agudas y se impone sobre cualquier otro escritor ordinario. Hace un rato, justamente, vi que en El Virrey regalaban un librito [un opúsculo —pareciera] llamado «Lo raro es ser un escritor raro», escrito por Mario Bellatin para la Colección Underwood. Aún no lo leo, pero me pareció coincidente.
Hace unos días terminé de leer tu «Horno de reverbero». Qué te puedo decir. Descarto cualquier tipo de análisis constructivo o contrario. Primero porque no soy ningún crítico acreditado [si es que existe ese apelativo sobrehumano y heroico] y, segundo, porque no dejaría de aplaudirte por tus buenos relatos. Prochazka le hizo a tu libro cierta alusión con «Lectura para minutos». [Dicho sea de paso: su exposición me pareció magistral. El pata es un genio]. A mí, más bien, «Horno de reverbero» me hizo recordar a ciertas líneas de los «Pensamientos» de Pascal. O también a las profundas y bellas reflexiones que aparecen en el Diario de Pavese. O a los microrelatos de Juan José Arreola. O a los cuentos de Christina Peri Rossi. En fin… Pasaré a enumerarte los relatos que más me tocaron [en orden de aparición en tu libro]: Hesitación / Seudología / Fragmentum [bueno—: «la nada es una mirada turbulenta en el fondo de un tubo de ensayo»… / Pesquis / Ombría [«Los sueños terminan donde no deben acabar… se hace añicos el espejo a imagen y semejanza de las estrellas…»] … / Intersticio [uno de los que más me gustó—: «Mis manos se buscan entre sí y me contienen… Hueles a jabón y continúo huyendo de tu ira…» / Destez [la primera línea me parece genial] / Miente / Ordalía [«Dios está en huelga»] / Decantación [las primeras dos líneas son excelentes] / Acedia [fue uno de los que más me gustó] / Telesma [«Él, que no se había sentido norte para nadie, no admitió que le siguieran»] / Anafrodisia [me atrajo mucho] / Contubernio [inmejorable] / Ataraxia [«No hay luz ni papel ni tiempo, pero el mensaje está»… excelente… o «Saber que sabes es realmente entender que descubres] / Catábasis [perfecto] / Hipóstasis [la primera línea] / Ouroboros [inusitado… muy bueno… sobre todo la primera frase] / Excerpta [para mí se lleva el premio # 1] / Compost [las primeras siete líneas] / Huerco / Ascesis…
Y ya me quedo ahí. Me cansé. Te dejo otras frases que subrayé con un gusto tremendo: «un burro muerto con un habano en el hocico»… «su silencio de muerte, su silencio ritual»…«segundos antes de que la palabra de Dios no se oyera y se lanzara contra el piso»… «las voces no llegan ni me buscan»… «quedaba tan sólo absorber la sombra de un cuerpo vacío»… «el miedo a la belleza es, en el fondo, el anhelo de hundirse en la nada»… «el universo de Internet (laberíntica biblioteca prevista, con distancia del caso, por Borges)»… «Docenas de murciélagos brotan de su vientre hasta dejarla vacuamente desnuda».
¡Te felicito! Y, como dices en Catástasis—: «… la lección es contar bien cualquier historia y no preocuparse en buscar una buena historia».
Gracias por recuperar tanta palabra en desuso.
Víctor
Carta de Enrique Congrains
He leído y releído con sorpresa, admiración y prolijidad de entomólogo «Horno de reverbero», y la deliberada brevedad de toda tu obra, así como de cada uno de los textos, no implica cortedad de reflexiones. Más bien, todo lo contrario.
En líneas generales, es una edición esmeradamente pulcra, verdadera pieza para bibliófilo. En cuanto a su contenido, es lo menos frívolo que pueda darse en la literatura peruana.
Desde luego, no es un libro para leerlo y «terminarlo», sino que su deliberado contenido esotérico invita a innumerables relecturas, porque en cada una se encontrará una «vuelta de tuerca» de la que el lector no se había percibido.
Más que volcarte al deleitoso juego de palabras, eludiendo un efectivismo inmediato, tu juego es con las ideas.
¿Mensaje, mensajes? Sí, y tal vez (expresión que te es cara) la de un iluminado escepticismo frente a las cosas humanas, divinas, universales y cósmicas.
Me reitero en que hay coincidencias formales con Juan José Arreola. Del mexicano, en mi fragmentada biblioteca sólo tengo «Bestiario», un vademécum zoológico, pero allí hay la misma economía de palabras, porque el jaliciense trabajaba con balanza de orfebre para sopesar cada palabra en su valencia miligrámica. Pero en estos textos, Arreola mira hacia afuera, hacia la fauna, mientras que tu mirada se dirige hacia adentro, y hacia lo difuso y hacia lo casi imperceptible o inasible.
Evidentemente, y corriendo el riesgo de errar, noto influencias de Borges y de Arreola, insisto. Cuando no habías nacido y cuando me iniciaba en la literatura (circa 1950) los grandes referentes latinoamericanos eran Borges y Arreola, quien para aquel entonces le llevaba varios palmos a Rulfo, aunque luego las posiciones se invirtieran. Pero me consta que, por ejemplo, Luis Loayza admiraba a ambos, y desde luego se impregnaba de ellos. Creo que algo similar ocurría con José Durand.
En tu «Horno de reverbero» podría haber tenido cabida (con un adarme de forzamiento) este texto de Arreola:
ARMISTICIO
«Con fecha de hoy retiro de tu vida mis tropas de ocupación. Me desentiendo de todos los invasores de tu cuerpo y alma. Nos veremos las caras en la tierra de nadie. Allí donde un ángel señala desde lejos invitándonos a entrar: Se alquila paraíso en ruinas». (Aunque tu no apelas a la ironía final, cual certera cachetada, que es propia de J.J.A.)
Desde luego, cada escritor busca a su lector, a sus lectores, y en ese sentido tú llegas a ellos con seis llaves y con nueve candados, lo cual es perfectamente legítimo. Lo de seis llaves y nueve candados no es un conteo arbitrario, sino que hago juego con la cantidad de textos, 69, cifra que no debe ser casual (dudo que en tu libro haya algo casual), porque 69 es un número cabalístico, el yin y el yang, cada dígito mirándose, invertidos, en el espejo, como diciendo «donde se comienza se termina, y donde se termina se comienza».
Con respecto a los 69 textos, la única observación crítica que hago es que el primer texto debió ser «Lamia» y no «Estilita», porque en «Lamia», hay dos elementos que le valían para inaugurar tu obra: Las dos primeras palabras: «Al despertar», coinciden con «Al comenzar», o con «Al nacer», lo que tiene validez con inaugurar una lectura, cualquier lectura. Pero sobre todo por el juego capicúa entre «Al despertar» y con las dos palabras finales: «ratrepsed la.», un genial palíndromo, que ojalá haya sido advertido por los lectores (aparte del guiño que le haces a Monterroso).
Otro texto con el que deberías haber iniciado tu hilado de 69 puntadas es con el (33) Reverberación, porque en cierta forma allí despliegas tu postulado literario.
Con respecto a los lectores, me parece que no vas en busca de ellos, sino que más bien les exiges que hagan el esfuerzo de ir hacia cada una de las 69 horneadas que propones. Y que quien carezca de paciencia, de voluntad o de cierto grado de cultura, que se joda, que se quede contemplando la punta del dedo gordo de cualquiera de sus pies.
El título de la obra está perfectamente ajustado al contenido (o al revés). Es, en sí mismo, toda una «caja fuerte».
Al igual que con los alambiques, los hornos tienen la propiedad (y la función) de reducir la materia a su contenido más substancial, pues si introduces un kilo de masa fermentada a lo sumo obtendrás 700 gramos de pan crujiente y oloroso. Los 300 gramos evaporados era frondosidad innecesaria.
Con respecto a «reverbero», palabra hermética en el sentido de ser muy poco usual en el lenguaje coloquial e incluso en el escrito, define el acto en que la luz se refleja y se devuelve en una superficie brillante, ocurriendo algo parecido con los sonidos que son absorbidos por una materia que lo incorpora, impidiendo el efecto del eco. Y si un horno debe funcionar con la puerta cerrada para que no escape el calor, y si además devuelve la luz que le llega, ahí no más tienes, desde el título, el preanuncio de una obra que no te va a facilitar nada, que no te va a dar nada «reader digest».
También me he preguntado si has trabajado como los escultores, o sea reduciendo el cubo de mármol hasta lograr el «David» que buscabas (o que iba a tu encuentro) convirtiendo dos páginas de borrador en media página de pura substancia, pero percibo que todo el libro ha sido muy corregido (en el buen sentido de hecho con prolijidad de joyero), y nunca por vía de agregar sino por la de suprimir.
Por otro lado, toda literatura homeopática exige ese esfuerzo de reducción a su esencia definitiva, que vendría a ser la antítesis del monólogo diluvial al final de «Ulises».
Te confieso que muchos textos se me hicieron impenetrables, que los he dejado reposar, que los he vuelto a releer hasta seis o siete veces, hasta lograr desentrañarlos, o al menos hasta lograr que adquieran alguna significación para mí. Y siempre me decía, «aquí hay algo, aquí hay algo oculto», y en cada nueva lectura la emprendía el abordaje desde un ángulo distinto.
Algo realmente valioso es la unidad de la obra: cada uno de los textos titulado con una sola palabra (muchas de ellas secretas, inusuales, o inventadas por ti), y lo de la unidad se relaciona con la economía al titular y en la parquedad al construir tu discurso. El otro factor de unidad es que cada texto consta de un único párrafo, nada de acápites.
Libro ajeno al quehacer poético, libro de espaldas a la banalidad cotidiana, tu «Horno de reverbero» abreva en la metafísica introspectiva, y en el fondo lo que propone es pelar todas las capas de la cebolla, hasta encontrar la oculta pepita de oro (encontrar dentro de una cebolla una pepita de oro tiene algo de alquimia, concepto sobre el cual abundas) y aunque ese pelar de la cebolla haga derramar, a veces, lágrimas de impotencia cognitiva. Aporía químicamente pura, como insinúas en (20) Veneficio. Texto en el cual, invitas a dar un salto al vacío, porque planteas que después de Heidegger y de Nietzsche ya no existe ningún territorio por explorar con las armas de la mente, con el riesgo de «ser una carta que nunca llega» (7) Seudología.
Pero al mismo tiempo, tu «Horno de reverbero» no es más ni menos que mayéutica de comienzo al final, en el sentido de que este oficio consiste en que el maestro (el autor) le revela al lector algo que el ya sabía (sin saber que lo sabía).
De vez en cuando recurres al humor más sutil o a las paradojas, como en «Ordalía», y en otros textos coronas el castillo filosófico con un hallazgo imponderable. Me refiero a «Pesquis», en cuyas veinte exactas palabras adviertes que no sólo es el río el que cambia su naturaleza en cada instante: lo mismo le ocurre a uno. Gran y verdadera revelación de la que nunca me había percatado, pero que a partir de ahora la asumo como ciertísima e inobjetable.
De enigma en enigma, de paradoja en paradoja, de ecuación en ecuación, tu libro avanza sin altibajos, aunque sí con muchas sorpresas y audacias: porque de codearte con Dante o con Shakespeare, te inmiscuyes con Jack Nicholson o con Raymond Carver, para no mencionar a Freud, Bergson o Jung. (A Borges lo mencionas un par de veces.)
Cuando te aventuras en el erotismo, «Dimanación», 23, expones con una lucidez y finura ese punto ciego en que el sexo femenino se equilibra, ante el varón, sin resolverse a favor de la atracción o de la repulsión. ¡Genial!
«Contubernio», 49, propone, al menos para mí, la imposibilidad de que haya «juego limpio» entre narrador y personajes, porque la traición, la impostura, la mistificación, acecha a ambos.
En «Diástasis», 35, revelas esa imposible aspiración que se llama «amor eterno», y lo haces magistralmente.
En «Primordium», 14, resumes el horror de la conquista española.
Termino este correteo de reflexiones sobre tu «Horno» especulando que muchos de los textos nacieron, en tu mente, en una especie de estado de descubrimiento o de inspiración autohipnótica, en un estado de ondas cerebrales muy diferente al que se requiere para sumar dos más dos o para responder un e-mail. Posiblemente nacieron, como dices al inicio de «Lamia», «Al despertar», porque al despertar en las mañanas tomabas un bolígrafo y, antes de olvidarlo, fijabas sobre el papel lo que habías entresoñado en las brumas que confunden el insomnio con el sueño.
Desde luego, y como síntesis final, no se podría escribir «Horno de reverbero» sin un profundo conocimiento sobre sí mismo y sobre la naturaleza tanto humana como cósmica (porque lo cósmico está muy presente en varios de los textos).
Simplemente, admirable, José.
Enrique Congrains Martin
[70]
Estilicidio*
Empecé a “postear” en el blog Horno de reverbero a comienzos de 2004. Lo hice sin planificar ni tener muy claro lo que deseaba. Se trató de una tarea-búsqueda casi diaria durante unos tres meses. En este tiempo, fui planteando prosas que se caracterizaron fundamentalmente por su brevedad, a partir del misterio –o a fin de dilucidar la intriga y fastidio– que genera una palabra rebuscada. Así, plasmé viejos proyectos bosquejados en boletas de venta, post-its, agendas y blocs de notas, sin distinguir tipos de textos ni cuestiones temáticas ni contenidos efectistas. Me daba igual reescribir un microrrelato o una frase trunca o poco feliz, o fabular un intento de ensayo o una reflexión sobre asuntos aparentemente capitales. A finales de ese año, ante la posibilidad de editar los sesenta y nueve textos de Horno de reverbero en un volumen del mismo nombre, retiré los posts y coloqué enlaces de algunas revistas literarias de Internet que habían publicado algunos de los microrrelatos y miniensayos. El proyecto no llegó a buen puerto, pero me obligó a enfrentar el conjunto como una propuesta orgánica, y a partir de ello, madurar el libro con un sentido estético más definido. Hace algunas semanas, durante la etapa de edición efectuada por el sello Mundo Ajeno, no puedo negar que me fue ganando un sentimiento de culpa, pues constaté que el origen virtual del libro se iba a diluir irremediablemente por la presencia física del libro en nuestra realidad. Así, replanteé el blog Horno de reverbero con el fin de orientar al lector desprevenido, desentrañando los sesenta y nueve títulos. De esta manera, estoy seguro, no sólo facilito la lectura de Horno de reverbero, sino que le devuelvo el sentido lúdico-virtual de su génesis.
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*De acuerdo con el Diccionario de la Lengua Española, este término alude tanto al acto de caer gota a gota un líquido como a la destilación que así se produce. Se trata del típico vocablo camaleónico: lleva a pensar en una muerte cruel o dolorosa, que no admite ni considera salvación alguna. Pero vemos que no es así. Esta extraña palabra, que descubrí azarosamente mientras se editaba y corregía mi libro, tuve la tentación de incluirla en éste, a riesgo de romper el efecto cabalístico de la cifra que evoca el eterno retorno –setenta, después de todo, no es un número para despreciar, pero se muestra demasiado divino y elemental, no obstante la corpulencia y complejidad simbólica del guarismo inmediatamente anterior–, pero pesó más la visión del conjunto que lo inspirara: la serpiente que se come su propia cola (expresión de la unidad de todas las cosas, las materiales y las espirituales, que nunca desaparecen sino cambian de forma perpetua en un ciclo eterno de destrucción y nueva creación). En realidad, todo el libro fue, es y –quizá– será un estilicidio: algo que parece tan absurdo como una sofisticada muerte, pero que deviene en el resultado, gota a gota, de un constante ir y venir de una búsqueda a otra. O sea, la revancha de sentir la vida, día a día.
GLOSARIO
ablación. Acción y efecto de cortar, separar, quitar. En derecho, sacrificio o menoscabo de un derecho. En medicina, separación o extirpación de cualquier parte del cuerpo.
acedia. Pereza, flojedad; tristeza, angustia.
agnición. En el poema dramático, reconocimiento de una persona cuya identidad se ignoraba.
agnosia. En medicina, alteración de la percepción que incapacita a alguien para reconocer personas, objetos o sensaciones que antes le eran familiares.
anafrodisia. Disminución o falta del apetito venéreo.
anagoge. Sentido místico de la Sagrada Escritura, encaminado a dar idea de la bienaventuranza eterna. Elevación y enajenamiento del alma en la contemplación de las cosas divinas.
angelética. Estudio del fenómeno de los mensajes, independientemente de su origen divino, es decir, en los límites de la condición humana.
anosognosia. En psicología, enfermedad que consiste en no tener conciencia del mal notorio que se padece.
ascesis. Reglas y prácticas encaminadas a la liberación del espíritu y el logro de la virtud.
astrolabio. Antiguo instrumento en el que estaba representada la esfera celeste y se usaba para observar y determinar la posición y el movimiento de los astros.
ataraxia. En filosofía, imperturbabilidad, serenidad.
catábasis. Cuarta parte de una acción. Antecedida por la prótasis o introducción (causa), epítasis o desarrollo (aumento) y peripeteia o clímax (altura). La catábasis o descenso (consecuencia), precede a la catástrofe o desenlace (final).
catástasis. En retórica, punto culminante del asunto de un drama, tragedia o poema épico.
cenotafio. Monumento funerario en el cual no está el cadáver del personaje a quien se dedica.
compost. Humus obtenido artificialmente por descomposición bioquímica en caliente de residuos orgánicos.
continuum. Que dura, obra, se hace o se extiende sin interrupción, es decir, lo continuo, pero con el énfasis onomatopéyico del término latino.
contubernio. Habitación con otra persona; cohabitación ilícita; alianza o liga vituperable.
crónlech. Monumento megalítico consistente en una serie de piedras o menhires que cercan un corto espacio de terreno llano y de forma elíptica o circular.
decantación. Acción y efecto de separar un líquido del poso que contiene, vertiéndolo suavemente en otro recipiente. En química, separar sustancias no miscibles de diferente densidad en un medio líquido. Antes, desviarse, apartarse de la línea por donde se va.
deflagración. Acción y efecto de una sustancia al arder súbitamente con llama y sin explosión.
dejación. Acción y efecto de dejar. En derecho, cesión, desistimiento, abandono de bienes, acciones, etcétera.
deletéreo. Mortífero, venenoso.
destez. Contratiempo, penalidad, infortunio.
diástasis. En medicina, separación de dos huesos unidos entre sí, pero no por una articulación.
dimanación. Acción y efecto del agua al proceder o fluir de sus manantiales, o de una cosa al provenir, proceder y tener origen de otra.
dismnesia. Debilidad de la memoria.
disosmia. En medicina, dificultad en la percepción de los olores.
eidetismo. Capacidad de ciertas personas, por lo general niños y artistas plásticos, para reproducir mentalmente con gran exactitud percepciones visuales anteriores.
enigmística. Conjunto de enigmas o adivinanzas de un país o época, de carácter folclórico o incluidos en obras de determinados autores.
entropía. En física, magnitud termodinámica que mide la parte no utilizable de la energía contenida en un sistema. Asimismo, medida del desorden de un sistema. En informática, medida de la incertidumbre existente ante un conjunto de mensajes, de los cuales se va a recibir uno solo.
escorzo. En pintura, acción y efecto de representar, acortándolas, según las reglas de la perspectiva, las cosas que se extienden en sentido perpendicular u oblicuo al plano del papel o lienzo sobre que se pinta.
estilita. Anacoreta que por mayor austeridad vivía sobre una columna.
estro. Inspiración ardiente del poeta o del artista al componer sus obras. Mosca parda vellosa, cuyas larvas son parásitos internos de mamíferos. En zoología, período de celo o ardor sexual de los mamíferos.
excerpta. Colección, recopilación, extracto.
excidio. Destrucción, ruina, asolamiento.
excurso. Digresión; efecto de romper el hilo del discurso y de hablar en él de cosas que no tengan conexión o íntimo enlace con aquello de que se está tratando.
forclusión. Concepto elaborado por Lacan para designar un mecanismo específico de la psicosis por el cual se produce el rechazo de un significante fundamental, expulsado del universo simbólico del sujeto.
fragmentum. Fragmento.
hesitación. Duda.
hipóstasis. En religión, supuesto o persona, especialmente de la Santísima Trinidad de la religión católica.
histéresis. En biología y física, fenómeno por el que el estado de un material depende de su historia previa. Se manifiesta por el retraso del efecto sobre la causa que lo produce.
holismo. En filosofía, doctrina que propugna la concepción de cada realidad como un todo distinto de la suma de las partes que lo componen.
huerco. Persona que está siempre llorando, triste y retirada en la oscuridad. Según los romanos, lugar donde iban los muertos.
impromptu. Composición musical que improvisa el ejecutante y, por extensión, la que se compone sin plan preconcebido.
intersticio. Hendidura o espacio, por lo común pequeño, que media entre dos cuerpos o entre dos partes de un mismo cuerpo. Intervalo: espacio o distancia entre dos tiempos o dos lugares.
lamia. Figura terrorífica de la mitología, con rostro de mujer hermosa y cuerpo de dragón.
lobros. Ser imaginario encantador, no obstante su fiero aspecto, que habita en los bosques.
Locagonia. País de los locos (o de la locura) y destino de los 111 pasajeros de la Stultifera Navis. Se le conoce también como Narragania.
mayéutica. Método socrático con que el maestro, mediante preguntas, va haciendo que el discípulo descubra nociones que en él estaban latentes.
metábasis. Uso de una palabra en una función sintáctica distinta de la suya.
miente. Pensamiento: facultad de pensar. Gana o voluntad.
noesis. Visión intelectual, pensamiento. En fenomenología, acto intencional de intelección o intuición.
nutación. En astrología, oscilación periódica del eje de la Tierra, causada principalmente por la atracción lunar. En física, oscilación periódica de un eje en movimiento.
ombría. Parte sombría de un terreno.
ordalía. Prueba ritual usada en la antigüedad para establecer la certeza, principalmente con fines jurídicos, y una de cuyas formas es el juicio de Dios.
ouroboros. Serpiente emblemática del antiguo Egipto y la antigua Grecia, representada con su cola en su boca, devorándose continuamente a sí misma. Expresa la unidad de todas las cosas, las materiales y las espirituales, que nunca desaparecen sino cambian de forma perpetua en un ciclo eterno de destrucción y nueva creación.
panspermia. Doctrina que sostiene hallarse difundidos por todas partes gérmenes de seres organizados que no se desarrollan hasta encontrar circunstancias favorables para ello.
pesquis. Cacumen, agudeza, perspicacia.
primordĭum. Primordio: lo originario o primero.
prosopon. Voz griega que designa la máscara con la que el actor cubría su rostro en las representaciones teatrales. En el cristianismo, se usó en vez del término “persona”, pero el significado de la palabra no prosperó como aquél, con la significación general de individuo.
resiliencia. Capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves.
reverberación. Acción y efecto de reverberar; reflexión difusa de la luz o del calor. En acústica, reforzamiento y persistencia de un sonido en un espacio más o menos cerrado. En química, tratamiento de minerales realizado en un horno de reverbero.
seudología. Trastorno mental que consiste en creer sucesos fantásticos como realmente sucedidos.
sicalipsis. Malicia sexual, picardía erótica.
subrepción. Acción oculta y a escondidas. En derecho, ocultación de un hecho para obtener lo que de otro modo no se conseguiría.
telesma. Principio universal que rige la creación del mundo; objeto consagrado.
tritón. En mitología, cada una de ciertas deidades marinas a que se atribuía figura de hombre desde la cabeza hasta la cintura, y de pez el resto.
veneficio. Maleficio o hechicería; aderezo, compostura, afeite.
vesania. Demencia, locura, furia.
OTROS TÉRMINOS
agnusdéi. Objeto de devoción consistente en una lámina de cera impresa con alguna imagen, bendecido y consagrado por el Papa. En la liturgia católica de la misa, jaculatoria dirigida a Cristo como Cordero de Dios y que los fieles repiten, después de darse la paz, antes de la comunión. Relicario que especialmente las mujeres llevaban al cuello.
anodinia. Falta de dolor.
anomia. Ausencia de ley. En psicología y sociología, conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación. En medicina, trastorno del lenguaje que impide llamar a las cosas por su nombre.
autolisis. Autodestrucción de los tejidos orgánicos por las enzimas que éstos contienen.
ecpírosis. Noción de los estoicos que considera una concepción cíclica del tiempo. Destrucción periódica.
eschatón. Noción judeo-cristiana que establece una creación inicial y un fin de los tiempos.
beatnik. Miembro de la Beat Generation, movimiento literario formado en Estados Unidos por un grupo de amigos que desde mediados de la década de 1940 habían trabajado juntos escribiendo verso y prosa, y que compartían una idea de cultura y aficiones o fuentes de inspiración similares, como el jazz. El término "beatnik" surgió por influencia del lanzamiento del satélite Sputnik, muy famoso en la época. Otra teoría defiende un origen en la terminación –nik, sufijo despectivo proveniente del idioma yiddish, hablado por los judíos de Europa Central.
big bang. Gran explosión en que una teoría cosmogónica sitúa el origen del universo.
deconstrucción. Desmontaje de un concepto o de una construcción intelectual por medio de su análisis, mostrando así contradicciones y ambigüedades.
diégesis. En una obra literaria, desarrollo narrativo de los hechos.
excarpsus. Palabra latina que significa escogido o raro.
Lebensraum. Término alemán que significa espacio vital. Esta palabra fue acuñada por el geógrafo alemán Friedrich Ratzel (1844-1904). Establecía la relación entre espacio y población, asegurando que la existencia de un Estado quedaba garantizada cuando dispusiera del suficiente espacio para atender a sus necesidades.
mandala. En el hinduismo y en el budismo, dibujo complejo, generalmente circular, que representa las fuerzas que regulan el universo y que sirve como apoyo de la meditación.
modalista. Perteneciente o relativo al modalismo. De acuerdo con esta herejía, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres diferentes máscaras o disfraces que Dios se ha puesto en el teatro de la historia. Así, para un hereje modalista existe una sola persona detrás de cada máscara.
parafilia. Desviación sexual.
punctum. Palabra latina que significa punto.
seppuku. Forma de suicidio ritual, practicado en el Japón por razones de honor o por orden superior, consistente en abrirse el vientre.
solipsismo. Forma radical de subjetivismo según la cual solo existe o solo puede ser conocido el propio yo.